Correos es una empresa estatal que funciona fatal, perdonen el pareado.
En tiempos del innombrable, y no sé si me la estoy jugando por nombrarlo sin nombrarlo, este tipo de ‘democracia’ ‘disfrutamos’, Correos era una empresa pública que funcionaba mejor que muchas privadas. De hecho, en aquellos tiempos se gestó la decadencia de algunos bancos, que finalmente acabaron desapareciendo.
Correos no. Los sueldos de sus funcionarios seguramente eran mucho más bajos que los que se pagaban en las privadas, y sin embargo, las cartas se entregaban puntualmente, incluso en los muchos casos en que la dirección no estaba bien escrita o no era legible, pero había interés en resolver todos los problemas y los resolvían. Los funcionarios de Correos tenían un pundonor insólito en otras áreas institucionales o privadas. Hacían horas extras sin que se las pidieran ni se las pagaran.
Ese espíritu, sin que se sepa por qué, se perdió con la llegada de la democracia. O quizá sí que se pueda saber. Seguramente, no es necesario dar ninguna pista para que los lectores que tienen idea de cómo funciona la Administración sepan enseguida por qué. También ha ocurrido lo mismo en otros sectores que aunque no llegaran al virtuosismo de Correos han visto deteriorarse también la calidad de sus servicios.
Los actuales directivos de Correos se han marcado, ellos, los objetivos. Ya que cobran de los españoles deberían tener miramientos. ¿Qué es eso de objetivos? ¿El derecho a saquear las arcas públicas? Si la empresa está en pérdidas, no deberían cobrar ningún tipo de bonus. En todo caso, malus.
Pero es que, además, la calidad del servicio se ha deteriorado mucho. Habría que ver el modo de poner gente competente al mando y olvidar los nombramientos digitales. Convendría optar por un tipo de selección profesional que acabara dando los cargos a gente preparada para ejercerlos y que no fuera caradura.
Esos libros míos
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